El Día de Todos los Santos de 1658 fue canonizado Santo Tomás de Villanueva en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano. En España y Sudamérica fueron días de júbilo por el reconocimiento de santidad de una de las grandes figuras de la familia agustiniana
Las canonizaciones realizadas por la Iglesia católica en el siglo XVII, además de festejar el triunfo de un santo, eran grandes eventos evangelizadores. No quedaba solo en una celebración litúrgica, por lo general extensas. Todo el pueblo salía a las calles para agradecer a Dios la vida y santidad de un hermano que había vivido heroicamente, siendo protagonistas de la misión en sus días.
Así fue también la canonización de Santo Tomás de Villanueva, el obispo agustino de Valencia que en vida y tras su muerte tuvo gran fama de santidad. En plena etapa barroca, la Iglesia celebraba con enorme boato el reconocimiento de algún santo. En Roma principalmente y en la mayoría de las ciudades en las que se extendía la fama de Tomás García (como así se llamaba), se organizaron celebraciones litúrgicas y procesiones.
La gran canonización tuvo lugar en la Basílica de San Pedro del Vaticano el 1 de noviembre de 1658, festividad de Todos los Santos. Cuarenta años antes, en 1618 había sido beatificado. La celebración fue multitudinaria. Asistieron en tribunas especiales, según relatan las crónicas, la reina de Suecia, familiares del Pontífice y el Señor Sobremonte; la Orden de San Agustín estuvo representada por el Vicario General, los religiosos asistentes de Italia y España, los priores provinciales de Roma, La Marca y Portugal, y el Prior de Roma. La celebración, presidida por el papa Inocencio X, duró cerca de seis horas.
Para este día, en la fachada de la basílica se pusieron ricos lienzos con las armas pontificias, las del rey de España, las de Valencia y las de la Orden de San Agustín. El pórtico de la basílica vaticana se engalanó con los tapices de Rafael; de los arcos de la nave principal colgaban en forma de grandes medallones «pintados por mano de excelente pintor, en claros oscuros, alumbrados de oro, y efigiado, un milagro obrado por el santo con un rótulo al pie de ellos». En los arcos torales colgaban cuatro estandartes de chamelote carmesí con flores de oro, «en los cuales estaba de ilustre pintor efigiado el santo en acto de ser llevado de los Ángeles al cielo».
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